Los hechos y/o personajes de esta obra son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura casualidad.

jueves, 17 de marzo de 2011

Introducción

Capítulo 48

- Bien, vamos de nuevo, ¿qué te parece?, vos me decís que no tenías ninguna razón para empujar a Atilio contra el colectivo que venía por la calle...

- No, no tenía ninguna razón, no lo conocía al señor yo.

Mariana procesaba la información a toda velocidad. ¿Cómo podría demostrar que ella no era culpable? Todos los peatones y los conductores que circundaban por esa zona lo habían visto clarísimo. Ella había empujado al anciano contra el vehículo.

- Yo no lo empujé, lo quise agarrar en realidad.

- Lo quisiste agarrar... - El policía que realizaba el interrogatorio sonaba con un tono despectivo y sonreía hipócritamente. - Y, decime, ¿para qué lo querías agarrar?

- Para que no lo atropelle el colectivo.

- Para que no lo atropelle... claro. - Respondía sarcásticamente. - Pero según me informa la declaración de los testigos que tengo acá, que me acaba de llegar... a ver... ¿dónde estaban?

- Los guardó en el cajón de la izquierda. - Admitió Mariana.

La estaban interrogando en una habitación de expedientes, sentada en una silla de un lado de un amplio escritorio. Del otro lado estaba la vacía silla del policía que caminaba de un lado al otro con el mentón en alto y que, ahora, se acercaba al cajón izquierdo del escritorio para corroborar si Mariana le era honesta. Los muebles, el color de la pintura de las paredes. Todo conformaba un ambiente antiguo.

- Muy observadora... muy observadora señorita Montes. - Dijo extrayendo un conjunto de papeles escritos a máquina. - Pero, como decía, según éste informe, la sobrina de Atilio, en la testificación del homicidio de su tío...

- No fue un homicidio.

- ... afirma haber advertido la presencia de la señorita Montes, allegándose al lugar a gran velocidad instantes antes de que un móvil de la línea "d4" realizara un giro en velocidad en la intersección de las calles... blah blah blah... momento en el cual es empujado por ésta bajo las ruedas del vehículo.

- ¡Yo no lo empujé! ¡Eso sí que no!

- Es su palabra contra la de éstos papeles, Mariana. Además, afirma que "eso sí" como si tuviera algo más que alegar al caso...

Mariana tragó saliva. Tenía toda la razón. ¿Por qué habría salido ella corriendo hacia el anciano?

- Estaba apurada. Iba a cruzar la calle rápido y vi que el señor estaba cruzando apurado. Vi el colectivo y traté de agarrarlo antes de que lo atropelle. - El tono de voz le tembló levemente al mentir.

El oficial toma otra hoja escrita a máquina.

- Otro transeúnte del lugar, afirma haber visto a la chica corriendo y gritándole a la víctima: "¡Señor! ¡Señor!"...- Miró fijamente a Mariana.

Mariana bajó la vista.

- ¿Quiere decir que cuando usted está apurada, señorita Montes, suele gritarle a las personas hacia las cuales se dirige? - Caminaba yendo y viniendo. Siempre con la mirada relajada, el mentón en alto y esa expresión soberbia que denotaba un placer sádico en cada pregunta que Mariana no podía responder.

- Es obvio que no. Le grité al señor después de ver que estaba por ser atropellado.

- Las personas afirman que… esperá. “Después de ver que estaba por ser atropellado.” – Mariana levantó la vista. Esa frase de alguna manera era totalmente verdadera.

- Es decir. – Continuó el policía. - Vos no sabías que el colectivo iba a doblar la esquina hasta que no estuviste bastante cerca de él. Sin embargo los gritos que le proferiste fueron previos a que apareciese el móvil: "...afirma haber visto a la chica corriendo y gritándole a la víctima: "¡Señor! ¡Señor!" momentos antes de divisar al coche d4 llegando al lugar..."

- Bueno... Es complicado…

- ¿Sabía usted que mentirle a un uniformado es considerado una falta, señorita?

- …

- Y, si mal no interpreto, usted acaba de mentirme… ¿o me equivoco? - Sonrió sádicamente.

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El joven de Fuego despertó esa mañana a Mario. Él se levantó, se desperezó con ilógica confianza con la habitación del desconocido. Parecía otro. Estaba limpio. Afeitado prolijamente. Peinado y perfumado.

- Tomá – Le arrimó un cepillo de dientes nuevo. De los clásicos, pero dentro del empaque sin abrir.
- Eh?...
- Para que te laves la boca. – Dijo mientras empezaba a caminar hacia el pasillo. – Estamos a punto de desayunar.
- Errr… Gracias. – Dijo Mario, pero el joven ya había salido de la habitación.

Mientras se cepillaba los dientes y sonreía frente al amplio espejo, pensaba.

- Bueno, mal pibe no puede ser… me acaba de regalar un cepillo de dientes nuevo. A menos de que me quiera utilizar para algo que valga más plata que todos éstos lujos… No puedo creer que tenga otra oportunidad. Si hago buena letra acá posiblemente pueda salir adelante y poder ver al Nachito… - Se enjuaga la boca y escupe. Se sonríe al espejo. – Pero todavía no sé porque me daría otra oprtunidad…

Sale del baño. Camina por el pasillo rozando con los dedos de ambas manos las paredes de éste, con los ojos bien abiertos, alerta. Llega hasta una pequeña cocina. No lo encuentra.

- Acá afuera Mario.
- Ah… - Abre la puerta metálica que da al patio.
- Sentate.
- Está bien. ¿Tus hermanos?¿No desayunan? Tus parientes, mejor dicho…
- No. Estamos solos… sentate por favor.

Esta última frase intimidó bastante a Mario. De pronto el sentido común dentro de su cabeza le dio una patada: Estaba a solas con un hombre joven que desconocía totalmente. Prácticamente estaba a su merced.

La mesa es de vidrio con soportes metálicos negros. Sobre ella está una taza de café con leche esperándolo. Una blanca azucarera, seis rodajas de pan fresco y un petiso cuchillo para untar el dulce de leche. Todo perfectamente acomodado en un individual de plástico. Se sentó. Comenzó a revolver con la cucharilla.

- ¿Por qué estamos solos? – Dijo denotando algo de nerviosismo, asegurándose de tener siempre el cuchillo untador a mano. No iba a significar la mejor defensa, pero era algo.
- Mis padres… - El joven lo miró nuevamente con esa mirada calma pero seria, que tanta confianza le generaba. – Están de viaje.
- Ah… ¿y tus hermanos?
- Mis hermanos… - Se apresuró a tragar una rodaja de pan completa. – viven con mi abuela ahora. Yo tengo las llaves de esta casa, entonces…
- Ah claro… y te hago la pregunta más importante. – Dijo desgranando el pan. - ¿Por qué me trajiste acá? – Tenía todavía algo de miedo de beber el café.
- Te traje porque me di cuenta de que es mejor hacer algo antes que nada… Es mejor ayudar a alguien, aunque no pueda ayudar a todos… Trato de hacer una buena acción por el mundo.
- Mmm… - A Mario le costaba creerle. Sin embargo el tono de voz y la calidad de la mirada parecían propias de un hombre sano y bueno.
- ¿No vas a tomar el café?
- Si, si, si… - En ese momento levantó la taza. Brindando con la mirada del joven. Era el momento decisivo. Piensa:

- Si hubiera querido sedarme tranquilamente lo podría haber hecho anoche… ¿por qué me dormí tan fácil? Seguro que había… Si, me bajé la botella de vino antes de entrar en la casa… Bueno no entiendo por qué me haria daño ahora y no lo hizo anoche asi que…
Temblorosa, la taza llegó a los labios de Mario, que sorbió un largo trago de café.

P-Tufff!!

Escupió a un costado. El sabor era amarguísimo. Ya había tragado bastante. Eso no era café.
El jóven de fuego soltó una carcajada.

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