Delimitación

Capítulo 49

Riiiinnngg...!!

...

Riiiinnngg...!!

- Paula podés atender por favor, que yo no puedo!

Paula deja la computadora de lado. Se levanta y trota hacia el teléfono.

Click!

- ¿Hola?

- Pau...

- Si, ¿quien habla? - notaba algo conocido en esa voz. Pero no sabía reconocer de quién era. Sonaba algo angustiada.

Del otro lado de la línea sólo hubo un profundo silencio y un luego se oyó un ahogado sollozo.

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Aylén supo darle buen uso a sus poderes. El entrenamiento que realizaba la llevaba a obtener cada vez más precisión, fuerza, y mantenimiento de los campos de fuerza. Se daba cuenta de que cada vez que los hacía un poco enojada, éstos reflejaban su estado anímico con una tenue tonalidad en su clásica transparencia.

Es decir, cuando una vez se enojó muchísimo con un compañero de su clase, fue al baño y se encerró a hacer pequeños campos de fuerza, como quien utiliza una pelotita anti-stress, notó que una muy tenue tonalidad carmesí adornaba toda la superficie de éstos. Quedaba bastante bonito. Al observarlo, el enojo de Aylén se diluyó, y cuando trató de hacer otro, fue simplemente transparente. Como los que siempre formaba, invisibles a simple vista, pero distinguibles, como agua corriendo por la superficie de un vidrio.

Cuando se disipaban lo hacían como agua evaporándose, pero mucho más transparente. Jugaba con eso, los armaba los apretaba entre sus pequeños dedos y luego los disipaba, sólo para sentir qué tanto "frenaban" la presión de ambas manos antes de que ésta produzcan una palmada. Jugaba con las formas, con los tamaños… cual niña ante un juguete de encastre de madera. Intentaba aumentar el grosor de la membrana, pero ¿cómo podría saber si lo estaba logrando, si era prácticamente invisible?

Siempre que los armaba necesitaba tener sus puños cerrados y extender rápidamente los dedos. Era como su “pase mágico”.

Una vez intentó algo nuevo, estaba sola en su casa, salió al patio y, en el medio del césped, saltó, levantó las rodillas y abrazó sus piernas flexionadas, acurrucó la cabeza entre sus dos rodillas, y la rodeó un campo de fuerza.
Supuso que mantenerse en esa posición no sería mala idea.
Pero supuso mal.
Cayó, junto con su esfera, y se golpeó con demasiada fuerza las zonas traseras al mismo tiempo que las rodillas le golpearon en la frente. Maldijo al aire y no lo volvió a intentar.

No se lo había dicho a sus padres, no aún. Sólo su mascota, un perrito gordito y simpaticón, conocía su secreto. Al menos por ahora.

Si bien había generado muchos campos de fuerza ya, nunca había intentado moverlos estando armados.

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Ana estaba algo fastidiada, abstraída. Podía leer los pensamientos de cualquier persona que se le cruzase… era tan simple como mirar fijamente a alguien que fuera caminando por la calle, concentrarse un poco y lograba sentir la voz de su conciencia. Era bastante sencillo dentro de todo.

Se sentía muy chusma, pero al mismo tiempo le divertía.

Aún así, no había leído nunca una mente de alguien que no estuviera mirándola.

Cada persona es un mundo. Cada uno tiene su forma de ver la vida, sus pensamientos propios, su conciencia, su tipo de humor, su sistema, su esencia. Ana sólo podía leer aquello que estuviese en el plano conciente de la gente, o al menos eso por ahora.
No podía predecir ni leer a alguien impulsivo; así como tampoco podía ver imágenes de recuerdos ni de la propia imaginación de la gente. No podía averiguar sentimientos salvo por inferencias realizadas sobre la misma lectura de conciencias. Su poder era, en principio, bastante limitado.

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Tatiana, por su parte, se daba cuenta de que poder ver a través de la materia volvía a la vida un poco mas aburrida, algunas sorpresas se perdían. Se daba cuenta de que para su cumpleaños, que se acercaba, si le quisieran hacer un regalo sorpresa, no podrían, porque lo vería venir. A menos, claro, que lo escondiesen en un lugar sin luz. En ese caso no podría detectarlo.
Ya se había acostumbrado al ritmo de vida que le propiciaba ese poder. Obvia y lamentablemente, todo problema de visión que tuviera, no se le había ido con la adquisición de esta nueva habilidad.

Cuando veía a través de su propio brazo, por ejemplo, notaba que, de reojo, podía ver cómo se “difuminaba” la imagen de su brazo para darle paso a lo que estuviera detrás. El diámetro del círculo de visión que se formaba alrededor del punto fijo que ella estuviera mirando era una variable que controlaba, podía expandirlo o achicarlo a su antojo pero sólo moderadamente.

Marino y Ana vistos por Tatiana usando su habilidad.

Es decir, el poder de Tatiana se separaba en tres “momentos”. En el momento inicial ella fijaba la vista en algún punto y se concentraba para activar la habilidad. En el segundo momento “ajustaba” la profundidad en el eje z de la visión en ese punto.
Y, finalmente, en la tercera etapa, expandía el círculo de visión desde el punto fijo. Era como abrir un portal partiendo de su punto central. Cerrando tanto el ojo izquierdo, como el derecho, como ambos, la habilidad funcionaba.

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Marino sentía que cada vez que lo usaba un chispazo le provocaba esa sensación de adrenalina corriéndole por el cuerpo. Como en el momento en que se está en caída libre sin nada de qué agarrarse. Era un chispazo revitalizante que estallaba adentro suyo.
O quizá sólo lo sentía cuando se teletransportaba a una gran altura, lo cual, ante la inmediatez de la caída, sería natural.

Cuando estallaba emitía luz, pero no un intenso y nítido flash blanco, sino mas bien una tenue luz verdosa de manera fugaz.

Podía teletransportar todo lo que su piel estuviera tocando fácilmente. Para hacerlo con algo que estuviera en contacto con aquello que él estaba tocando, le costaba bastante más. O sea, transportarse con las zapatillas puestas le era más costoso que si lo hiciera sosteniéndolas con la mano; ya que éstas, estando calzadas sobre sus medias, no tenían contacto directo con células vivas de su piel.

Intentó agarrar determinados objetos, entre ambas manos, concentrándose fuertemente en que sea únicamente el objeto el transportado y no él. Como sucedió con el desodorante que quería transportar dentro de su armario…
Cuando no salía él, junto con el desodorante desde dentro del armario, era porque no lo había logrado y se frustraba, daba media vuelta y lo arrojaba contra el lugar objetivo.
No podía transportar nada independiente sin tener que viajar él también.

Aunque el proceso era extremadamente rápido, por no decir instantáneo, Marino lograba sentir, en las pocas milésimas de segundo en que no tenía un cuerpo definido en el espacio, que era luz. Efectivamente así. Se sentía en un estado de energía pura viajando por el cosmos.

La posición era exactamente la misma cuando estaba en un lugar y cuando estaba en el siguiente. Lo cual significaba que no podía cambiar ni girarse en la medida en que se estaba transportando, sino sólo cuando ya estaba con un cuerpo definido.

Saber cómo se veía la explosión de su energía le intrigaba tanto que se filmó a si mismo para poder verse luego. Al ver la filmación se quedó asombrado no sólo por el color esmeralda de su transporte sino también del sonido que emitía. El cual, cabe aclarar, creía que sólo él escuchaba.

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- ¿Mari?

- Dicen que maté a un hombre Pau. - Confiesa, llorando, Mariana. - Y no los puedo convencer de nada...

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