Los hechos y/o personajes de esta obra son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura casualidad.

miércoles, 16 de octubre de 2013

4

Lo miró fijo. ¿Por qué?, ¿Por qué a él? ¿Qué había hecho?
Al frente está ese, el que inició y estaba por terminar todo. Con sus zapatillas negras, su pantalón negro, su campera negra, y esa capucha negra que junto al cuello negro solo dejaban ver sus ojos. Unos ojos fríos, impenetrables, de mirada gélida. Su color ya era indicio de su frialdad. Un azul claro puro, que hacía recordar al hielo de los glaciares. Ahí estaban esos ojos fijos, clavados en los suyos. Tenía miedo, como forense había visto cosas fuertes en su vida, pero nada tan morboso como lo que acababa de ver. Se encontraba manchado de sangre, como todo el maldito callejón. ¿Cómo no iba a estarlo con las muertes que habían ocurrido?




Capítulo 101

Hacía sólo tres minutos, cinco malvivientes metieron a empujones a una anciana a la callejuela. Querían asaltarla y golpearla, no mucho, solo como para amedrentarla. Lo habían hecho miles de veces antes, eso podía decirse por la agilidad con la que lo hicieron. ¿Qué podría salir mal esta vez?
Entró al callejón luego de ver lo que los jóvenes le hicieron y se escondió en las sombras, nadie lo veía, o al menos eso creía. Lo hizo en parte por preocupación, en parte por curiosidad. ¿Como iba a imaginar lo que sucedería? De golpe una gran sombra se vio sobre la callejuela...
- ¿Quién está allá? - Preguntaron los jóvenes.
Recibieron una respuesta difusa, balbuceante, de la cual sólo entendieron una palabra: Morirán...
Un segundo después el hombre vestido completamente de negro se situó entre los cinco malvivientes. Movía sus manos, tajos aparecían en los cuerpos de los jóvenes. Luego de unos segundos los cuerpos cayeron desarmados en pedazos al piso y una llovizna roja bañó el callejón, todo de golpe se volvió rojo, todo menos aquel hombre vestido de negro, ahora sus glaciales ojos brillaban bajo la luz de la luna, mostrando una frialdad sin igual. La anciana trató de correr, dio seis pasos y también cayó cortada, bañando todo de rojo. Acto seguido aquellos ojos, esos ojos gélidos impenetrables se clavaron en los suyos, quedó inmóvil, trató de correr pero solo tropezó. Intentó alejarse, pero chocó con la pared, miró arriba, y esos ojos estaban ahí, a escasa distancia, sabía que iba a pasar, no importaba que no pudiera comprender pero lo sabía...
- ¡¿Por qué yo?! - Gritó.
- Porque los buenos mueren... Por eso soy malo. - Dijo en tono solemne.
 Acto seguido el cuerpo del forense se vio cortado a la mitad. El extraño hombre había cumplido su palabra: Todos los presentes en el callejón habían muerto a mano suya, todos, incluyendo a la rata que se encontraba comiendo basura, y la cual nadie notó.

Ya llevaba juntado mucho dinero. Como suponía era mucho más seguro realizar varios robos aislados que uno grande. Ya tenía más de cinco millones escondidos en su habitación. Ya era tiempo de entrar en acción. Decidió, de manera inteligente, empezar con las bases. Esa noche salió de su hogar, caminó hacia la "zona roja" más cercana. Evitó los sectores más transitados. También evitó a los pequeños malechores. Buscaba algo más. Al fin vio lo que buscaba: una banda de chicos tirados en la esquina bebiendo cerveza. Parecían jóvenes comunes, pero sus expresiones los delataban. Decidió ser directo. Caminó y se sentó frente a ellos y les clavó esa mirada gélida con la que a tanta gente ya había amedrentado.
- Quiero hablar con su jefe.
Al principio creyeron que era una broma y se rieron. Gran error. De repente todos fueron empujados por el fuerte viento que se había levantado. Todos menos uno. Que estaba siendo ahorcado por el extraño. Clavó su mirada en los ojos del joven y repitió sus palabras.
- Quiero hablar con su jefe.
Arrojó al muchacho al piso, este se incorporó y entre tartamudeos dijo que lo llevaría. Sus compañeros se encontraban tirados estupefactos, no entendían nada de lo que acababa de suceder. Unos minutos más tarde se encontraba dentro de una casa, parado frente a un hombre de unos treinta  y cinco años. Fue directo, como siempre lo había sido.
- Vengo a proponerte un negocio. - dijo. - ¿Cuantos hombres armados tienes a tu disposición?
- Treinta.
- Quiero que te presentes en la salida norte de Córdoba, pasando la circunvalación, acá hay un mapa de dónde es. Quiero que vayas ahí vos y todos tus hombres el miércoles dentro de tres semanas. Que ataques a las personas que me van a estar acompañando y también a mi, para disimular. Si aceptás te pagaría veinte mil ahora y ochenta mil una vez terminado todo. Una cosa más, quiero que me des la ubicación de todas las demás bandas grandes que conozcas.
  Al escuchar la suma de dinero los ojos del jefe se iluminaron. Pero no era estúpido, trató de obtener más:
- Quiero cincuenta mil más. - Dijo.
- Si es así me levanto y me voy. - Le dijo haciendo un ademán de levantarse.
- Está bien, acepto por los cien mil.
- Entonces aquí tienes - Y arrojó fajos de dinero sobre el hombre.
Se levantó y salió por la puerta, con los lugares donde encontrar otras bandas anotados en un papel. Para el final de la noche ya había reclutado más de mil quinientos hombres. Ya había reunido su ejército. Sólo faltaba armar el escenario para la batalla.

Era tiempo de dar inicio a todo... Computadora, Word, Imprimir, colectivo, fotocopiadora, unas monedas y está. Tarjetas listas.
  Siguiente paso: cargar la tarjeta del colectivo. No debía cargar mucho en el mismo lugar, y en barrio sería fácil darse cuenta que no era de ahí. El centro, mejor lugar para cargar.
 Ahora comprar sobres. Poner dentro de los sobres las cartas, escribir los nombres en los sobres, sellar los sobres.
¿Qué era lo siguiente? Pasar cerca de las casas y dejar los sobres. Para eso la carga de la tarjeta. No debía pasar muy cerca para no llamar la atención, pasaría por el frente y dejaría las cartas bajo la puerta con su poder. Por último debía hacer lo mismo en su casa. Si el no recibía una, levantaría sospechas.
 Luego, por último, acostarse, estaba cansado después de un día de trabajo, había recorrido muchos lugares, esperado muchos colectivos, caminado como un condenado y mucho más. Era tiempo de descansar y prepararse. Por suerte lo que a él le había costado un día a otros les costaría mucho más...

Les costaría sus vidas....

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