Los hechos y/o personajes de esta obra son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura casualidad.

miércoles, 16 de mayo de 2012

10

Un vehículo de la policía entra en el barrio. Las casillitas de guardia lo ven pasar. Dobla de la avenida, entra por una pequeña calle. Dos policías van en los asientos delanteros escuchando música, la música siempre los ayuda en momentos como éstos. Pese a haberlo hecho ya algunas veces, el nerviosismo vuelve a aparecer casi siempre. Como un pánico escénico no deseado. En cuanto llegan a la casa de rejas negras logran divisar que algo no anda muy bien. Las puntas superiores de la reja están algo deformadas, como si hubiesen recibido un golpe de calor de una máquina soldadora, o algo por el estilo. Frenan el auto, se miran, saben que están nerviosos pero tienen que hacerlo nuevamente. El que conduce, él no tiene tanto problema, su moral es mucho más flexible. El que va en el asiento del acompañante, aún no termina de convencerse de lo que hace, o por qué lo hace. Aún así se bajan ambos dos del auto, abren el baúl, sacan las dos escopetas, además de las pistolas que ya llevan, y se disponen a entrar. El más seguro entra primero, distendido, y con la escopeta al hombro. El otro ingresará por detrás de éste, con la escopeta apuntando hacia abajo, como tomándola con extrema cautela.
Tocan el timbre.

- ¡Policía! - Anuncian.

El policía inseguro mira a su compañero, como esperando una mirada tranquilizadora, pero no la encuentra, su compañero se distrae con las ventanas de la casa.
Nadie responde. Tocan de nuevo. Inmediatamente, en el piso superior, el gabinete de una computadora, con toda la información que tenía guardada, comienza a ser rociado con alcohol, siendo preparado para la ignición.

- Va a haber que forzar la entrada. - Dice el primer policía.