El saber es poder.

Capítulo 37

"El saber es libertad. Es crítica. Es deleite."

Se llamaba Fabián.
Luciano Fabián Méndez.
Pero todos le decían Méndez.
Caminaba con algo de desgano.
Siempre con seriedad en la mirada.
Con una seriedad angustiosa.
La campera de cuero marrón le daba un aire de investigador privado.


Tenía su nueva arma enfundada en la misma funda.
Una Beretta 9 mm. Cortesía del depósito de material incautado.
Aún así, si lo que buscaba era potencia, Matías, [el mismo que fuera visto por José Ignacio diciendo “Decile a la prensa que los encontramos así, ¿estamos?”], un colega suyo, le podía facilitar una Remington 1100 con total facilidad.

Paseaba por antros oscuros.
Saludaba a gente cuyo nombre era lo único que conocía.
Gente sin confianza en él.
Personas en las cuales él no confiaba.
La experiencia le había enseñado muchas cosas.
Conocía dónde, cuándo y cómo se conseguían todas las drogas, blancas y negras, puras e impuras, caras y baratas, por calidad y por cantidad, Base y terminado.
Sabía de armas, de calibres, de balas, de materiales.
Reconocía la calidad de las prostitutas de acuerdo al barrio en el que ejercían.
Era ágil para hacer negocios con los pornógrafos, con los traficantes, con los prostituyentes, con los vendedores y con los consumidores.
Sabía cómo “disciplinar” a los revoltosos y rebeldes jóvenes, de tez morena y gorra, que merodeaban cerca de la casa de algún buen ciudadano.
O de algún amigo.
O de cualquier buen postor.
En cuanto a explosivos era algo más ignorante.
Así como para los deportes y para los autos.
Aunque provenía de una familia creyente, no sentía culpas, por no haber ensuciado la placa con sangre, aún.
Sin mencionar que era el “héroe” de la terrible zona roja en la que convivía con sus vecinos.

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Siempre llevaba consigo un encendedor.
Era su condición.
No significa que no pueda generarlo a partir de la nada, sino que hacerlo le costaba horrores.
Controlarlo le resultaba algo más fácil.

Le encantaba hacer cosas particulares desde que había descubierto su habilidad.
Subía a la azotea de su casa los días de llovizna.
Prendía su encendedor.
Y su desafío personal era mantener la pequeña llama encendida, del mismo tamaño, esquivando las gotas de agua que caían constantemente.
Los días de lluvia intensa, le resultaba terriblemente difícil.
Según lo que había practicado, podía dominar el movimiento de las combustiones por el espacio.
Lograba multiplicarlas y controlar hasta tres pequeñas llamas.
Podía hacerlas variar de tamaño. Si. Podía hacer esferas de fuego, pero el tamaño no era colosal. Medían unos diez centímetros de diámetro las de mayor tamaño que había generado.
Aún así significaban una gran ventaja en el ataque.

Fumaba.
Lo hacía regularmente desde hacía un par de años.
Le agradaba la imagen que daba alguien que lograba encender su cigarrillo, casi, con sólo pensarlo.

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En una conversación entre dos personas, hablan acerca de la potencial habilidad de Maqui.
- Si no nos dijo lo que podía hacer, debe ser porque no puede hacer nada!
- No sé. Capaz que puede hacer algo tan pero tan copado que es mejor no andar mostrándolo por ahí…
- ¡Ja! ¿Que va a hacer ahora? ¿Explosiones nucleares?
- … quizá.

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